Ruleta rusa

Una de mis películas favoritas es "El cazador" y he de admitir que aún me siguen impresionando las escenas de la ruleta rusa. Los "cara a cara" entre el señor De Niro y el señor Walken son simplemente majestuosos y aún se me forma un nudo en el estómago cuando recuerdo las escenas finales de la película.

Hoy, en la oficina, he observado que una compañera se estaba comiendo un caramelo de fresa. Era uno de esos caramelos impersonales, cuyo envoltorio es el mismo para el caramelo de fresa que para el de naranja, de esos caramelos que tiran en la Cabalgata de los Reyes Magos, de esos caramelos que te comes en cualquier sala de espera.

No lo he podido remediar, al ver a mi compañera saborear ese dulce de tan llamativo color, he sentido unas ganas irremediables de hacer lo mismo. No recuerdo lo que estaba haciendo en ese instante, pero fuera lo que fuera, en ese momento pasaba a un segundo plano... en mi mente sólo había espacio para una cosa: un caramelo de fresa.

Como soy débil, no pude resistir la tentación y estiré mi brazo para alcanzar uno de los caramelos que había en la mesa; al abrir su envoltorio me llevé una desagradable sorpresa ya que era de color verde. Por supuesto, lo tiré a la basura en busca de una segunda oportunidad, pero la fortuna no estuvo de mi lado y me salió amarillo. En este caso opté por llevármelo a la boca, para escupirlo 2 segundos después. El tercero volvió a ser verde, y esta vez lo volví a envolver porque no me parecía apropiado desperdiciar un tercer caramelo de forma consecutiva. Por supuesto, no toqué con mis manos dicho caramelo y lo envolví de una forma exquisita, no os vayáis a pensar.

El cuarto caramelo volvíó a salir verde, y esta vez me lo comí. Consideraba que un quinto intento era demasiado, así que me quedé sin saborear el deseado sabor fresa... en cierto modo, había jugado a la ruleta rusa y había perdido... salvando las distancias, por supuesto.